En Galicia hay alrededor de 3.300 bateas de mejillón que pertenecen a cerca de 2.300 productores. Y están registradas medio centenar de asociaciones de mejilloneros diferentes, lo cual significa que, como media, cada entidad representa a 66 parques de cultivo flotantes o a 46 bateeiros. Y lógicamente, cada uno de esos colectivos tiene sus propios intereses creados, por lo que no resulta fácil ponerlos a todos de acuerdo.
Esta es la prueba más palpable del "minifundismo" que se registra en las rías gallegas y de la atomización organizativa que sufre el sector mejillonero, convirtiéndose ésta en una de sus más directas amenazas.
Si resulta difícil poner de acuerdo a dos personas, empresas o entidades que tienen sus propios intereses en determinada cuestión, mucho más complejo puede resultar aunar el criterio de aproximadamente 2.300 productores que forman parte de cincuenta asociaciones distintas. Y no hay que olvidar que muchas de esas asociaciones o delegaciones -no todas- se integran en agrupaciones de mayor rango, que también tienen sus propios intereses.
A modo de ejemplo, cabe decir que un bateeiro puede formar parte de una asociación determinada que, a su vez, integra una agrupación, y al mismo tiempo cada entidad, cada agrupación y cada mejillonero pueden estar representados, o no, en el Consello Regulador do Mexillón de Galicia, que en teoría es el órgano que debe representar a todo el sector productor, pero que en realidad -desde las pasadas elecciones, en octubre de 2009- apenas representa al 30% de las bateas.
Ni que decir tiene que esa particular y compleja estructuración del sector parece conferirle un carácter casi ingobernable. "Es como si un ayuntamiento de 3.300 vecinos tuviera 50 partidos políticos diferentes tomando decisiones cada uno por su lado", reconocen en el propio sector mitilicultor.
La Mesa del mejillón
Esta fragmentación o atomización organizativa, que la Consellería do Mar trata de paliar con la puesta en marcha de la Mesa del Mejillón -un órgano consultivo en el que tiene voz y voto un representante por cada grupo de 300 bateas-, es la que históricamente restó peso a los bateeiros gallegos y la que en ocasiones les priva de la fuerza que por derecho les asiste, al tratarse de una potencia mundial en producción de mejillón.
Como ejemplo baste recordar lo sucedido recientemente con la imposición del nuevo método analítico de las biotoxinas marinas, un sistema químico al que se opuso Galicia y frente al que nada se pudo hacer porque, precisamente, el sector bateeiro gallego carece de peso en Europa.
Esa fragmentación, que también impide mejorar las condiciones de trabajo o conseguir precios más altos para el producto, hace que a veces ni los propios bateeiros sepan exactamente cuántas asociaciones hay o cuántas bateas pertenecen a cada una de ellas. Sobre todo porque el trasvase de parques entre unas delegaciones y otras es relativamente habitual.
Consultados diferentes dirigentes, algunos llegan incluso a reconocer que desconocen la existencia de entidades que, por el contrario, figuran inscritas en el registro público de establecimientos de acuicultura de la Consellería do Mar.
Pero ese documento también es meramente orientativo, pues a causa de la atomización antes aludida es prácticamente imposible que exista un censo o padrón verdaderamente fiable.