COLUMNA - ESPAÑA: La península sin mar

Jueves, 27 Marzo, 2008

Y sin embargo, el mar es una opción de futuro en muchas direcciones. Comenzando por los recursos alimentarios que encierra: la creciente población mundial ha incrementado su consumo per cápita de pescado gracias a la participación conjunta de la pesca (que mantiene sus niveles productivos) y de la acuicultura (que incrementó su producción al 8% anual en el último decenio). De hecho, los productos marinos son los que más han aumentado su contribución al aporte proteínico. España está, por posición, tradición y conocimientos, en un buen puesto para jugar un papel activo en esta tendencia.

El transporte marítimo anota cifras claramente ascendentes al rebufo de la globalización, favorecido hoy -relativamente- por el alza de los combustibles, debido a la menor intensidad de su consumo en este tipo de transporte. El empuje de los grandes países asiáticos llevó a intensificar y ensanchar algunas rutas transoceánicas y en Europa se piensa en vías más regulares para asegurar servicios y aprovechar los planteamientos logísticos (autopistas del mar, puertos secos y plataformas logísticas). Jugar esta partida y acertar en el diseño y ubicación de infraestructuras portuarias y en su conexión intermodal es un reto de amplio alcance.

El turismo y el ocio han tenido desde hace tiempo gran atractivo en su oferta litoral. Pero ahora se abre en nuevas direcciones que diversifican la actividad, sobre todo en la cultural y deportiva. La náutica recreativa incrementa su empuje y las rutas de corto o largo alcance, con contenido diverso, también. El auge del turismo de cruceros es la expresión más vistosa. Hacerse un lugar en este escenario parece interesante y acertar en la promoción de sus proyectos e infraestructuras, también.

La producción de energía también se dirige hacia el mar. Y no solo en busca de combustibles fósiles, sino también por la explotación de fuentes renovables como las eólicas y de las olas, que se abren paso, junto a otras de menores posibilidades en nuestro entorno marino (mareas, corrientes marinas). Promover este potencial y desarrollar estas tecnologías puede tener no poca importancia.

Y ya que la construcción con ladrillos se enfría, la construcción naval lleva años dando alegrías al incremento del PIB. La demanda se incrementa para los diferentes tipos de buques (mercancías, cruceros, embarcaciones deportivas, pesqueros, científicos) y para otras instalaciones marinas (plataformas energéticas, instalaciones de acuicultura, etcétera). Y España parece ir situándose (con Galicia al frente) en una opción competitiva de mayores requerimientos tecnológicos, frente a aquella basada en unos costes laborales más bajos.

Añádanse a esto las necesarias políticas transversales para que capital humano social y natural adquieran su mejor valor. Para ello situemos en el lugar correspondiente las políticas de formación y empleo, seguridad marítima, protección ambiental y, sobre todo, I+D+i. Con ello se favorece al tiempo el incremento de productividad y la conservación de los recursos.

Ya disponemos de una atractiva agenda política marina. Contra lo que se decía al principio, parece este un trabajo ilusionante, del que deberían salir buenas noticias. Ilusionante también porque está casi todo por hacer: conocimiento riguroso, estrategia, normativa e incentivos. Por eso será trabajo duro.

No sé si es esto último lo que aleja a muchos de nuestros políticos del mar. Aunque más bien parece que es simple miopía, ya sea temporal (se contempla solo lo inmediato), espacial (Madrid está lejos del mar) o mental. La Ibérica, en política, parece una península sin mar.